La Cueva de Altamira, el tesoro que descubrió una niña de ocho años
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Ayer se cumplieron 150 años del descubrimiento de la «Capilla Sixtina del arte paleolítico» y, gracias a Google y su doodle, su visonte tumbado volvió a correr por un día
Marcelino Sanz de Sautuola |
Es «la
Capilla Sixtina del arte paleolítico» y está a dos
kilómetros de Santillana del Mar (Cantabria). Su descubrimiento dio un vuelco a
la historia al cambiar la percepción que, hasta entonces, se tenía de nuestros
antecesores prehistóricos En 1868 un tejero asturiano, Modesto Cubillas,
acompañado de su perro descubrió la entrada de a la Cueva
de Altamira pero nadie, excepto Marcelino Sanz de Sautuola, le
hizo caso. Los vecinos de la zona pensaron que era una gruta más pero este
aficionado a la paleontología, quien se propuso indagar más
aunque nunca imaginó que sería su hija de 8 años la primera persona en
la historia en admirar esos animales pintados en diferentes colores
que cubrían los techos de la cueva. « ¡Mira, papá, bueyes!», exclamó la
pequeña.
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Maria Sanz de Sautuola y Escalante |
En 1879 María Sanz de Sautuola y Escalantea
acompañó a su padre a Altamira y, como cualquier niña de su
edad, se adentró en la cavidad sola. Entonces, descubrió un tesoro que
todavía tardaría años en ser reconocido por el mundo. Nadie se imaginaba que
ese era el primer lugar en el mundo en el que se identificó la
existencia del Arte Rupestre del Paleolítico superior.
En 1902, un estudio del arqueólogo francés Henri
Breuil demostró que las pinturas de la Cueva
de Altamira pertenecían al periodo paleolítico, aunque no fue
hasta 1985 cuando la UNESCOdeclarara la cueva Patrimonio de la Humanidad.
La cueva fue utilizada durante varios periodos, sumando 22 000 años
de ocupación, desde hace unos 35 600 hasta hace 13 000 años, cuando la entrada
principal de la cueva quedó sellada por un derrumbe, todos dentro del
Paleolítico superior.
Su tamaño es relativamente pequeño: 270
metros de longitud. Una estructura sencilla formada por una galería
con escasas ramificaciones y termina en una larga galería estrecha y de difícil
recorrido. Altamira conserva más de 260 pinturas y grabados
aunque «la joya de la corona» está en la Sala de Polícromos.
Una bóveda de 18 metros de largo por 9 de ancho, que contiene más de treinta
figuras, con representaciones de bisontes, caballos, jabalíes y ciervos. Entre
todas ellas destaca una: el Bisonte
encogido. Es una de las pinturas más expresivas y admiradas
de todo el conjunto. Está pintado sobre un abultamiento de la bóveda.
El artista supo encajar la figura del bisonte, encogiéndolo, plegando sus patas
y forzando la posición de la cabeza hacia abajo, dejando fuera únicamente el
rabo y los cuernos. Todo ello destaca el espíritu de observación naturalista de
su realizador y la enorme capacidad expresiva de la composición
¿SE PUEDE VISITAR LA CUEVA DE ALTAMIRA?
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Durante décadas las
visitas masivas a la Cueva produjeron importantes deterioros que obligaron
a tomar drásticas decisiones. Se cerró por completo durante cinco años hasta
que se reabrió en 1982 con una restricción de visitantes. En 2002 se
inauguró la conocida como Neocueva de Altamira, una réplica exacta
de la real.
Desde hace tres años, cinco
afortunados a la semana pueden visitar la cueva original. 37 minutos de
duración, bajo un estricto protocolo de indumentaria e iluminación, y con un
recorrido y tiempos de permanencia definidos para cada zona de la cueva.
¿Cómo se consigue?
Pues con suerte. La gestión de estas visitas sigue el procedimiento de
selección aleatoria de los cinco participantes entre las personas que
se encuentren visitando el museo el día de la visita, a quienes se les facilita
el boletín de solicitud así como las condiciones de visita que han de ser
aceptadas, al adquirir su entrada.
PRIMERA EXPOSICIÓN VIRTUAL DEL MUSEO DE ALTAMIRA
Además del «doodle», en el que uno de los bisontes de la cueva cobra
movimiento, el buscador también lanza una exposición digital en la plataforma Google Arts & Culture en colaboración
con el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira.
En ella se muestran parte de los hallazgos de la cueva como
herramientas, utensilios y las conocidas pinturas, además de algunos de los
hallazgos más importantes relacionados con la vida cotidiana de los habitantes
de la época.
Desde su descubrimiento, en 1868, el lugar prehistórico ha sido excavado
y estudiado por los principales prehistoriadores de cada una de las épocas una
vez que fue admitida su pertenencia al Paleolítico, según explica el Museo
Nacional y centro de Investigación de Altamira en su web.
Bisontes, caballos, ciervos, manos y misteriosos signos fueron pintados
o grabados durante los milenios en los que la cueva de Altamira estuvo
habitada, hace entre 36.000 y 13.000 años.
La muestra cuenta con cuatro fotografías de la cueva de Altamira (la
puerta de acceso, el yacimiento en el interior y exterior, así como del techo
de polícromos); dieciocho piezas relevantes de la cueva de Altamira y otros
yacimientos cántabros como La Pila, el Chufín y el El Juyo), y que abarcan un
amplio periodo cultural desde el Achelense hasta el Magdaleniense; seis dibujos
de Mauricio Antón (Homo heidelbergensis, el clima en el Paleolítico medio y
superior y el Homo sapiens), así como siete vídeos.
El discurso expositivo se organiza en torno a cuatro unidades temáticas.
La primera, más genérica, estará dedicada a aspectos relacionados con la cueva
de Altamira, las investigaciones sobre la misma o el papel del Museo como
custodio de la cavidad y de los bienes culturales vinculados con ella.
Las tres restantes se centran en los grandes protagonistas de la
historia, los creadores de «las primeras cajas de herramientas», desde el Homo
heidelbergensis, con útiles tales como bifaces o raederas pasando por los
neanderthales, artífices de la especialización de la talla en Europa, la
conocida como talla levallois, con puntas musterienses o denticulados; hasta
llegar al Homo sapiens que diversificó los útiles creando tipos para cada
actividad: agujas o colgantes, relacionados con la vestimenta y el adorno;
compresores, como el encontrado por Marcelino Sanz de Sautuola, entre 1875 y
1880; azagayas o arpones, ligados a actividades cinegéticas o raspadores o
burile
Fuente: lavozdegalicia.es
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